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¿Es posible una Ética sin Dios?

¿Es posible una Ética sin Dios?

Introducción a la Relación entre Dios y la Ética

¿Depende la ética de Dios? ¿Es necesario Dios para la ética? Respuesta corta: no. Respuesta un poco menos corta: no necesariamente. Dado que no nos centraremos directamente en la existencia o no existencia de Dios, la exposición comenzará desde una postura no teísta. Es decir, sencillamente bastará con demostrar cómo es posible una ética no fundamentada en Dios para demostrar que la relación entre este y la ética de ninguna forma es necesaria. Para esto último no es necesario que la moral presentada sea única o verdadera de forma excluyente. De hecho, de mi exposición espero simplemente que ciertas relaciones presupuestas en ciertos esquemas queden seriamente comprometidas.

Nuestros posibles adversarios, si los hubiera, tendrían que demostrar no solo que es posible una ética basada en Dios, sino algo mucho más difícil: que toda posible ética no basada en Dios es imposible. Ya que si no se pueden establecer una relación necesaria entre la idea de Dios y los juicios morales, no solo dentro de una metafísica específica, sino de forma puramente lógica —que sea válida para cualquier metafísica—, entonces no podrán afirmar que Dios es necesario para la ética. No basta entonces con mostrar cómo, dentro de cierta metafísica específica, la ética no es independiente de Dios. Porque es posible construir sistemas globales o visiones del mundo en donde la ética está subordinada a Dios. Pero también es posible hacer lo contrario. Es decir, no bastará con demostrar que en cierto sistema metafísico Dios es necesario, sino que deberán demostrar que este sistema metafísico es el único posible. Sin dudas les espera una tarea titánica, que no solo resolvería la ética como rama filosófica, sino también la metafísica.

La Naturaleza y Objetivo de la Ética

Mi tarea, por otro lado, es mucho más fácil, y más humildes mis pretensiones: me basta con mostrar una ética que sea consistente, es decir, no contradictoria, es decir, posible, y que no requiera de Dios como fundamento. Si esta ética sin Dios es posible, luego cualquier otra no puede ser necesaria.

La ética, moral o filosofía práctica, es una rama de la filosofía cuyo objeto de estudio es el comportamiento humano y especialmente sus acciones morales. El estudio de estas en relación a lo bueno y lo malo.

La ética, igual que la política, es lo que se denomina una ciencia práctica ya desde Aristóteles. Dado que su objeto es a posteriori, entra dentro de las denominadas “matters of fact” en cuanto a su objeto material.

Historia y Enfoques de la Ética

La ética se ha visto históricamente subordinada a distintas cosmovisiones. Tales son los casos del platonismo o la teología cristiana, para los que el comportamiento humano está ligado al conocimiento de una voluntad superior o de realidades metafísicas.

Por otro lado, la ética puede estudiarse tanto de forma normativa, en tanto una revisión de los códigos de valores teóricos, como también en forma descriptiva o aplicada, en tanto estudio de casos específicos de la vida real, elaborando conclusiones generales a partir de aquellos. Esto implica la revisión no de valores teóricos, sino de códigos morales operativos. Nuestro camino a seguir será este último; será, entonces, el de una ética descriptiva.

Fundamentos de la Ética: Razón vs. Pasiones

Los fundamentos de la ética pueden tener origen en la razón o en las pasiones. Si se fundaran en la razón y bajo la suposición de que esta es común a todos, cabría encontrar ciertas normas generales para el comportamiento, válidas para todo ser racional.

Por otro lado, si se fundan en las pasiones o sentimientos, cabría esperar que estos juicios sean equiparables a los estéticos en el sentido de estar fundados en una particular constitución del individuo. En este caso, no podría discutirse acerca de la verdad o falsedad de los principios morales, así como no se discute sobre la verdad o falsedad del gusto. Quedaría disociada la vieja asociación platónica entre el bien y la verdad. Si de la ética aplicada podemos concluir principios explicativos generales de la operatividad del comportamiento moral, podremos sin duda afirmar que hemos encontrado una fundamentación para los juicios que rigen tal comportamiento.

Visto esto, afirmo que el fundamento de los juicios éticos no se encuentra en razonamiento alguno, sino más bien en los sentimientos, afectos o pasiones del sujeto. Adoptamos entonces el emotivismo moral.

Dado que las pasiones se originan en el sujeto, puede afirmarse que si es posible mostrar como consistente un emotivismo moral, entonces esto alcanza para demostrar que no hay una relación necesaria entre la filosofía moral y una metafísica trascendente, puesto que aquí se supone que el sujeto es un ente natural.

La Razón, las Emociones y la Moral

La razón no puede, por sí misma, realizar a priori juicios morales. Más bien es instrumental a la particular constitución natural del sujeto, y es esta constitución la que ante los hechos reacciona positiva o negativamente.

Por supuesto, puede concebirse esta naturaleza del sujeto como más o menos individuada, lo cual nos llevaría a un subjetivismo moral, o bien puede concebirse esta naturaleza humana como universal, lo cual nos llevaría a cierto tipo de realismo moral de base natural.

Colocar a las emociones como fundamento de los juicios morales no significa negarle totalmente un papel activo a la razón, pero sí significa delimitarla en cuanto instrumento limitado a su función lógica de comparar ideas, de examinar relaciones, más nunca de generar principios motivadores de la acción. El papel de la razón es, mediante su examen, llegar a estos sentimientos. La razón no puede generar pasiones de la misma forma que las pasiones no pueden generar razonamientos.

Del examen de las cualidades universalmente consideradas como morales, y de las inmorales, se llega al conocimiento de las condiciones comunes para ambos juicios, y es en estas condiciones en donde se encuentran los fundamentos.

La Utilidad y la Moralidad en la Sociedad

Lo primero que salta a la vista en el análisis del comportamiento moral es la naturaleza política de los mismos. Para Aristóteles, las virtudes podían ser ejercidas de forma acabada solo en la Polis. Las virtudes sociales (empatía, sociabilidad, generosidad, benevolencia, justicia, templanza, moderación, etc.) son virtudes de base simpática. Es decir, solo son posibles en comunidad, en relación con los demás.

Las virtudes sociales tienen en su utilidad una buena parte de su universal aceptación. Adoptamos entonces también una posición utilitarista. Hay una relación entre lo útil, lo benéfico y el sentimiento de aprobación moral sobre lo primero. A la hora de analizar las virtudes dentro de una moral, la noción de utilidad pública o conveniencia pública parece ser siempre tenida en cuenta. Esta noción de utilidad pública sería imposible sin un sentimiento natural de simpatía por nuestros pares.

Ejemplo de esto último son las ficciones filosóficas del estado de naturaleza de Hobbes y Rousseau. Las virtudes obtienen su existencia debido a su utilidad en la sociedad humana. Si cambia la utilidad de cierto comportamiento —si deja de ser útil—, deja de ser virtuoso. La relación entre lo socialmente útil y lo moral es directamente proporcional, así como es inversamente proporcional entre lo inútil y lo moral.

La Moral y su Relación con el Bienestar

De lo anterior queda patente que la obligación moral de una virtud se genera en la utilidad que esta tiene para un fin. Y este fin es el bienestar, personal primero, pero finalmente social. Cuando esta utilidad declina, por un cambio de condiciones, también cambian las virtudes y declina la obligación moral hacia estas. Esta relación es patente y constante en el análisis de cualquier realidad moral concreta.

El fin de las reglas morales es el bienestar de la comunidad, de la polis, del grupo. La regulación moral apunta a objetivos sociales. Aunque la moral tenga un fundamento subjetivo en cuanto a su origen emotivo, tiene su desarrollo dentro de la sociedad. No existe la moral del individuo aislado.

“Bueno” significa entonces “útil para el bienestar”. “Malo” significa socialmente perjudicial. La utilidad, si sirve o no sirve a los intereses de la tribu, es el criterio de fundamentación de todo sistema real de reglas morales.

Dice Hume en la quinta sección de su investigación sobre la moral: “por lo tanto, se debe admitir que las virtudes sociales poseen una belleza y dignidad naturales que, originalmente anteriores a toda educación o preceptiva, las recomienda a la estimación de la humanidad. Y como el objetivo principal de estas virtudes es la utilidad pública, de la cual ellas derivan su mérito, se sigue que este fin al cual tienden debe ser de algún modo agradable para nosotros y apoderarse de algún afecto natural. Tiene que agradar o bien por consideraciones egoístas o por motivos más generosos”.

La utilidad, por supuesto, no se limita a los intereses personales, dado que vía la simpatía este agrado por lo útil se amplía a nivel grupal y social. En un segundo momento, por hábito o educación, solemos catalogar como morales acciones que pueden entrañar una utilidad que esté más allá de nuestra capacidad empática personal, es decir, más allá del puro egoísmo. Esta capacidad de trascender el egoísmo vía la empatía es tan natural como el egoísmo mismo.

Este interés, y aquí Hume coincide con Aristóteles, apunta hacia el bien público más que hacia el individual, aunque claramente este último no queda exento de operatividad.

De esto se sigue que todo lo que contribuye a la felicidad de una sociedad se nos representa mediante sentimientos de aprobación, y estos sentimientos son la fuente de los llamados juicios morales. Por el contrario, lo pernicioso se representa mediante sentimientos de rechazo.

También es claro que estos sentimientos están ya de algún modo en nuestra naturaleza, ya que si no tuviéramos naturalmente cierta disposición hacia el bienestar propio en primer lugar y social en el segundo, así como también cierta aversión al dolor, sería imposible fundar una moral.

En este particular, aunque se observen las más grandes diferencias entre un hombre y otro, ninguno es tan indiferente a los intereses de sus semejantes como para dejar de reconocer la utilidad de las acciones benéficas para con ellos, y por lo tanto de dejar de percibir las distinciones morales entre bueno y malo.

Dado que somos seres sociales, tendemos naturalmente hacia el bien en tanto y en la medida en que somos seres sociales. Se puede discutir el grado de este sentimiento moral, pero lo que no puede hacerse es negar su existencia como fundamento de las virtudes operativas dentro de un sistema de reglas. Basta solo con aceptar que en el hombre existe algún grado de benevolencia natural, y es este sentimiento el que nos orienta hacia la utilidad de las conductas benéficas, luego llamadas morales o virtuosas. La distinción moral no es otra cosa que ese sentimiento generalizado, sea por el hábito, sea por la educación, erigido en tendencia general.

Las pasiones que actúan únicamente bajo la égida del amor a uno mismo (envidia, ambición, vanidad) no pueden constituir la base de una moral no porque sean demasiado débiles en nosotros, sino porque no son aptas para erigir reglas comunes de comportamiento social, pues en las condiciones más habituales maximizar estos comportamientos no radica en maximizar utilidad general, sino más bien tiende a reducirla.

La noción de moral debe implicar la idea de algo común a todos los hombres, y este algo es, como ya se dijo, el sentimiento social o de humanidad, de base simpática, que nos lleva a preferir naturalmente lo benéfico a lo perjudicial tanto para nosotros como para nuestros semejantes.

Así, contrariamente a lo que pensaría Hobbes o cualquier contractualista, lo político no surge de una renuncia a nuestras condiciones naturales, sino que emana de su despliegue.

Se admite entonces que absolutamente ninguna virtud, desligada de su utilidad para el bien común, es encomiable o censurable. Se pueden proponer ejemplos donde ciertos comportamientos se aparecen como virtuosos. Todo es de acuerdo a un grado. A un justo medio, como decían los peripatéticos. Y este justo medio viene determinado precisamente por la utilidad. Si todo lo demás es igual, se prefieren naturalmente las acciones que son útiles al bienestar propio, al de nuestros semejantes, y para nuestra comunidad. Finalmente, en su grado máximo, se concibe que las acciones útiles al bienestar de la totalidad de los hombres, de la humanidad, son morales por excelencia.

Parece entonces que si se acepta lo universal del sentimiento social, se ha encontrado un fundamento verdaderamente común y apto entonces para ser origen de los juicios morales. Es en base a la utilidad para el fin ya consignado que se dice “bueno” y “malo” con un significado preciso.

Conclusión: La Moral desde una Perspectiva Emotivista y Humanista

Este fundamento no solo es claro y preciso, sino que bien se puede reconocer que es compatible con cualquier moral real que se haya puesto en práctica o se esté poniendo en práctica ahora mismo. Desafío a encontrar un sistema de reglas morales real que no tenga este fundamento. La moral, si lo que se dijo está en lo correcto, se fundamenta en la capacidad empática humana y en su tendencia emotiva hacia el bienestar, así como también en el uso de la razón para establecer comportamientos dinámicos que estén acorde con esa meta.

Por lo tanto, la moral es dinámica y cambiante. Acomodaticia, de base emocional y con sede última en la naturaleza humana. La única verdad a la que se ata es al sentimiento de bienestar.

La moral, entonces, no tiene que ver con la verdad, con la verdad en el sentido de un obrar que nos acerque metafísicamente a una realidad de más jerárquica, o con la verdad en relación a una especie de decálogo de acciones buenas o malas en sí mismas, sino más bien con las conductas útiles para ciertos fines que tienen su origen en una parte de nuestra forma de ser y en nuestras propias necesidades.

Dice Hume en la obra ya citada, Sección novena, parte segunda: “Las verdades que son perniciosas a la sociedad, si es que hay tales, cederán ante los errores saludables o ventajosos. Desaparece entonces el vestido de luto con el que muchos teólogos y filósofos han cubierto a la moral, y no se ve más que gentileza, humanitarismo, beneficencia y amabilidad. No habla la moral de inútiles rigores, de austeridades, de abnegaciones y sufrimientos. Declara que su única finalidad es hacer felices a sus adeptos, a la humanidad entera. La única dificultad que exige es la del justo cálculo y una firme preferencia por el bien mayor”.

Sin duda que este fundamento puede parecerle a algunos como demasiado simple y rudimentario, pero en su defensa repito que está extraído de una observación del comportamiento, y quizás debamos contentarnos con fundamentos simples pero sólidos. No hay en absoluto necesidad de buscar el fundamento en lugares lejanos, más allá de las nubes y por encima de nuestras cabezas, cuando basta con observarnos a nosotros mismos y a nuestros semejantes para encontrarlos.

No me parece necesario seguir indagando en las causas de que tengamos empatía, capacidad simpática, o sentimientos humanitarios. Creo que constatar que estos se encuentran en la naturaleza humana y que fundamentan la moral es suficiente para asegurar su autonomía, y dado que en algún lado es preciso detenerse en la indagación de las causas, pongo punto final aquí a la fundamentación de esta ética emotivista, utilitarista y humanista que es además autónoma, no contradictoria, y por lo tanto posible. Y dado que es posible, creo haber alcanzado el objetivo que me propuse al inicio del discurso, refutando entonces la pretensión de una relación necesaria entre Dios y la ética.

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